Las últimas resoluciones judiciales en casos de corrupción gubernamental y sus innumerables variantes lanzan un mensaje a quienes ocupan los segundos escalones de la administración, puestos en el cargo por el dedo del preboste supremo. Ojo, pues, con el material que tenéis entre manos, estimados segundones, pues en un santiamén bien puede convertiros de beneficiados en pringados. Los y las que ocupan este segundo escalón ejecutivo se cuidan mucho de actuar por su cuenta, consultan antes sus decisiones con el jefe, tienen las orejas bien abiertas a sus  órdenes y deseos, y se cuidan de no contrariarle con iniciativas propias, y, a pesar de ello, corren un alto riesgo. Estos eunucos del emperador de China llevan una vida ajetreada y azarosa bajo la envidiable apariencia que les da la cercanía al poder.

Entre los casos que ilustran estas cuitas, dos recientes. La ex presidenta madrileña doña Cristina Cifuentes salió indemne de un trabajoso caso de falsificación de documento público, un título académico del que era beneficiaria y del que confesó haberlo obtenido según la ley pero era más falso que un euro de madera, mientras que las laboriosas abejitas que habían perpetrado la falsificación –una profesora universitaria y una asesora de doña Cifuentes- fueron condenadas. Ayer también, el juez encargado del llamado caso Kitchen, que concierne a operaciones encubiertas para borrar las pruebas de la corrupción del pepé, limitó la responsabilidad penal al ex ministro de interior, don Fernández Díaz, y su segundo, don Martínez, y exoneró a la ex secretaria general del  partido, doña Cospedal, y al ex presidente del gobierno, don Rajoy. Dos palabras sobre el ex ministro procesado. En una fotografía de grupo, ya sea de un gobierno, de una banda mafiosa o de un equipo de fútbol, cualquiera podría adivinar sin riesgo de error que don Fernández Díaz iba a ser el que pagara los platos rotos, fueran los que fueran. Hombre de aspecto ceniciento y abatido, como de funcionario con muchos quinquenios, propenso a las capillitas, que alardea de tener un ángel de la guarda para encontrar aparcamiento, fue puesto al mando del cesto de serpientes que es el ministerio de la policía. Ya se ha visto el resultado.

La justicia española es muy respetuosa con los floreros.  Plenamente consciente de que el poder viene de arriba, la cirugía judicial se detiene siempre al llegar al punto en que el sistema podría resultar descabezado. Si la sentencia afecta a la clave del arco, todo el edificio se viene abajo, mientras que los basamentos y columnas pueden ser repuestos. Este mecanismo de seguridad librará al rey emérito de ser juzgado, como libró a don Felipe González del banquillo por el terrorismo de estado, etcétera.  La justicia se detiene un paso antes de convertirse en un agente revolucionario; a ello ayuda la simbiosis entre los poderes ejecutivo y judicial, que se manifiesta a través de la capilaridad que comunica a ambos y por la que transitan decenas de personas, ora jueces, ora ministros. El mensaje subyacente de estas sentencias es que la estabilidad del sistema exige la pervivencia de un cierto grado de corrupción estable, este Alien que se ha convertido ya en uno más de la familia dentro de la nave espacial en la que viajamos todos.