Habría que preguntarse si la extrema debilidad del liberalismo político en este país (no confundir con el sucedáneo predatorio de las últimas décadas patrocinado por la derecha en el gobierno) no se debe a la naturaleza de los bienes disponibles en el mercado. Es una pregunta pertinente porque está en el eje de la pugna por la hegemonía a la que está abocada la derecha española, entre los conservadores del pepé y los ciudadanos liberales En los países de la cornisa atlántica europea, la eclosión del liberalismo a finales del siglo dieciocho fue correlativa al auge de la industria y del transporte. Los plutócratas de esas naciones necesitaban mercados extensos donde extraer materias primas y vender productos manufacturados, en la convicción, empíricamente demostrada, de que la competencia privada era un factor clave para regular la calidad y los precios y optimizar los beneficios. La ideología liberal siguió a la pujanza industrial y comercial y no al revés. Puesto que se necesitaban mercados amplios y abiertos, el liberalismo medraba. Pero aquí nunca hubo esa necesidad por la simple razón de que la riqueza estaba residenciada en un bien inerte: la tierra. Los ricos acumulaban tierras, no fabricaban manufacturas, como ha desvelado el lapsus histórico del duque de Alba al solicitar ingenieros que oficien de jardineros en régimen de servidumbre. La industria manufacturera necesitó siempre del proteccionismo del estado y fue vista por el macizo de la raza como una extravagancia marginal, como lo prueba Cataluña y la percepción que de esta región se tiene en el resto de España.

Los años del desarrollismo en la segunda mitad del siglo pasado no cambiaron esta situación. Se creó más industria y servicios pero la riqueza la determinaba la tierra, si bien en el tránsito a la urbanización. Los campos de labor del entorno de los núcleos poblacionales se convirtieron en terrenos urbanizables y dieron lugar a la institución económica española por antonomasia: el pelotazo. La tierra sin valor urbanizable simplemente se despoblaba y daba lugar al tópico de la españa vacía. Un estudio reciente ha puesto números y nombre a este estado crónico de la economía en el que ha medrado el liberalismo ful y la corrupción endémica del país. Doña Esperanza Aguirre, autopregonada liberal y patrocinadora de  corruptos, es el más reciente paradigma de esta perversión doméstica. Las sutiles pero significativas diferencias que se producen en las clases medias se deben, no al nivel educativo o al mérito profesional, sino a la posesión o no de pisos o terrenos de algún valor promisorio. A las clases bajas, el mero asentamiento espacial les cuesta la mayor parte del esfuerzo y de la renta disponible durante toda su vida. Si los abuelos tuvieron que mendigar para obtener algunas rentas como jornaleros, viviendo en cuevas o chabolas, los nietos han pelear muy duro y de manera muy azarosa para tener una pequeña vivienda en la ciudad. Ahora mismo, ha bastado que se anunciara el fin de la crisis ocasionada por la burbuja del ladrillo, con decenas de miles de pisos desocupados, para que la primera manifestación de la presunta bonanza sea la subida del precio de la vivienda y del alquiler, cuando los salarios se han desplomado. En alguna fecha en el quicio de los dos siglos, visitó esta remota provincia subpirenaica don Rodrigo Rato, otro liberal, y fue preguntado por un arriscado reportero si no consideraba excesivo el peso de la construcción en la turboeconomía de la época, a lo que interpelado contestó con su característico y desdeñoso tonillo nasal de voz: todas las grandes economías tienen un potente sector constructivo. Entonces se pudo creer que el llamado mejor ministro de economía de la historia era en realidad un tonto incapaz de prever la burbuja del ladrillo que estallaría pocos años después, siendo él a la sazón director nada menos que del fondo monetario internacional. Pero no era un tonto, sino al contrario, un listo de campanillas, en un país donde los balances contables no los cierran los economistas o los censores de cuentas sino los tribunales de justicia.