Las palabras gripar y gripe proceden del mismo verbo francés gripper pero en castellano tienen significados distintos. La primera alude al agarrotamiento de un engranaje mecánico y la segunda a una enfermedad endémica, fastidiosa e invalidante. Los individuos, incluido quien esto escribe ahora mismo, sufrimos la segunda y los sistemas sociopolíticos, la primera. Últimamente, obtenemos frecuentes pruebas de que la democracia está gripada. El recurso salvífico a las elecciones –el bálsamo de Fierabrás del sistema- no funciona. Una vez contados los votos y distribuidas las fuerzas según el apoyo que han recibido del censo, estamos de nuevo en la casilla de salida y el primer impulso es repetir las elecciones. Ocurrió con los descontentos por el resultado del referéndum del Brexit y se plantea ahora mismo en Cataluña. En ambos casos, sin embargo, la manifestación de la voluntad popular fue inequívoca. En Reino Unido, la mayoría quiso abandonar la ue y en Cataluña quieren un gobierno que lleve a la independencia. Las dificultades para ambos objetivos no se le ocultan a nadie y la tarea de gestionarlas es colosal pero también ineludible. Los británicos ya parece que se han puesto a la tarea. En Cataluña, sin embargo, se vive todavía bajo los efectos de los opiáceos de la legislatura pasada, tan parecidos a los síntomas de la gripe: sentidos embotados, torpor mental y una irresistible pereza para afrontar la realidad, así como cierta autocompasión que el griposo se otorga a sí mismo. De modo que la primera tarea es recuperar el sentido de la realidad. Veamos:

-Cataluña tiene suspendida la autonomía en manos del gobierno central y esta situación podría prolongarse sine die, desfigurando de manera definitiva la  arquitectura constitucional del país. La aparente normalidad que se ha derivado de la implementación de la medida es un aviso a navegantes y, por lo que parece, un eficiente ensayo de recentralización del estado. El futuro govern tendrá, pues, que merecer gracia para que la autonomía sea restaurada, y seguirá bajo estrecha vigilancia mientras la gestione.

La cúpula independentista que ha ganado las elecciones está bajo imputación judicial y enfrentada a la posibilidad de largas penas de cárcel, lo que, literalmente, significa que la opción mayorítaria de los catalanes es delictiva. No se sabe qué clase de democracia es la que permite presentarse y ganar elecciones cuando el ganador está cargado de grilletes y tiene vedado el ejercicio del triunfo. En este contexto, la pugna entre don Puigdemont y don Junqueras es una fantasía ensimismada, un eco de las ensoñaciones de prusés. Fueron socios y cómplices del fracaso y ahora están uncidos en el mismo banquillo, ¿qué hace pensar que son alternativas distintas?

– El llamado bloque constitucionalista, en el que está la lista más votada en las elecciones, no se propone formar govern, y no solo porque carece de apoyo parlamentario suficiente sino porque su ambición es gobernar Cataluña desde Madrid. Ni independentistas ni constitucionalistas parecen tomarse a Cataluña en serio.

-¿Y la izquierda? Está desaparecida, a régimen de caldito y quietud. Diríase que está gripada y griposa.

Así es la política en los tiempos de la gripe.