Hay otros mundos, pero están en este (Paul Éluard)

El gobierno de don Rajoy ha resuelto, como don Quijote, echarse al campo -a la nube, propiamente-para combatir a sus propios fantasmas. Como el ingenioso hidalgo, ¿qué otra cosa podía hacer después de consumir dosis masivas de lecturas en las que los molinos son espías rusos?  El diario de referencia está dale que le pego con este entuerto. Y a la ministra de defensa, doña Cospedal, se le coló a través del auricular del teléfono uno de estos malandrines que le comió la oreja disfrazado de ministro de Letonia (hasta el título de personaje es de fábula, igual podía haber sido el caballero del verde gabán). Pero, pocas bromas, el asunto se ha convertido en una prioridad para la seguridad nacional, ni más ni menos. A nadie se le ha ocurrido que a don Quijote podría habérsele ido la pinza o que doña Cospedal no está capacitada para el cargo que ocupa al mando de los ejércitos del reino. Así que ya saben, si los resultados de las elecciones catalanas de este mes no le gustan al gobierno, la culpa la tienen los rusos. Es una ocurrencia análoga que la que tuvieron los soberanistas al insinuar un pucherazo. Qué palabra más ordinaria y anticuada. ¿Para qué queremos unos tipos que llenen a cascoporro las urnas de papeletas si tenemos bots, hackers, pranks, trolls, elfos y quimeras rusos que pueden colarse a través de internete? Los soberanistas catalanes podrían echar también la culpa a los rusos y tener así algo en común con los nacionalistas españoles, lo que sería el inicio de una gran amistad. A la gente le une mucho compartir la paranoia.

Las relaciones entre el nacionalismo y la revolución digital  no son armónicas. La globalización ha dejado el estado tal como lo conocemos hecho unos zorros y una de las reacciones del pueblo llano ha sido agruparse alrededor de lo que llaman nación a falta de otro referente más acogedor. Pero la nación que exige el nacionalismo es una entidad compacta, estructurada, tangible, acorde con la tradición, aunque sea inventada, y el mundo digital es creativo, disperso, azaroso, inabarcable y disruptivo. Nada hay más contradictorio que un nacionalista empuñando un dispositivo móvil. Es la perplejidad de este tiempo, que, como el de don Quijote, está entre dos épocas. La imaginación medieval veía gigantes donde la industria moderna había levantado molinos.